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¡Hasta pronto Calcuta!


Calcuta, Bengala Occidental.

Hoy hace un año dejé Calcuta, la ciudad que nunca deja de sonar, que nunca duerme. La ciudad donde el tiempo no corre a la misma velocidad ni en el mismo sentido que en el resto del mundo. La ciudad que te roba el aliento, que te abre los ojos, que te empapa el cuerpo, que te exprime el corazón. La ciudad donde lo increíble es rutina y lo distinto ordinario. La ciudad que te abraza tal cual eres, donde se derriban las apariencias. Un hogar para cualquiera que la visite, una aventura para cualquiera que la experimente.

Calcuta marca un antes y un después en tu vida, y es que Calcuta te transforma. Calcuta te despierta, te impacta, te absorbe, te ablanda, te enseña.

Uno llega a Calcuta llorando y llorando se va. Uno llega descubriendo un nuevo mundo, y se va descubriéndose a sí mismo. Uno llega con el miedo de ir, y se va con la promesa de volver; y es que una parte de ti termina perteneciendo a Calcuta.

¿Pero qué es Calcuta? Calcuta es un cúmulo de emociones… Es su ruido, su olor, su color y su sabor. Es sus contrastes: su pobreza y su riqueza. Su calor y su humedad. Sus cuervos, vacas, ratas, cabras y puercos. Sus rickshaws, tuk tuks, taxis y camiones coloridos. Su tráfico y rudeza al manejar; su caos y miseria. Sus barberos callejeros, regaderas en las banquetas y montañas de basura. Sus hindúes, musulmanes, hermanas de la caridad, massies y voluntarios. Pero sobre todo Calcuta es eso: SU GENTE. Esa con una mirada de curiosidad que te sigue a todos lados. Esa que no tiene nada y que te lo da todo. Esa que te recibe con una sonrisa y un masala chai. Esa que te enseña a ver con el corazón; que te enseña lo que de verdad importa. Esa que nunca olvidas.

¡Hasta pronto Calcuta!

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