Andy y yo nos conocimos en la universidad. Ella era la niña más sonriente y dulce de la generación; llena de ternura siempre con algo bueno que decir. Todavía recuerdo la vez que me contó que se acababa de poner de novia con Juan Diego, estábamos a pocas semanas de graduarnos y la vi más feliz que nunca.

 

Sus mejores amigos los presentaron, y es que son tan parecidos, que era evidente que estaban destinados a estar juntos. Tras atravesar un tiempo de relación a distancia, crecieron muchísimo en el amor... y después de un noviazgo de mucha entrega, cuando Andy menos lo esperaba, recibió el regalo más valioso: la propuesta de rodillas de Juan Diego de hacer equipo juntos para toda la vida.

 

Planear su boda en tiempos de COVID implicó muchísima duda e incertidumbre, pero su certeza de quererse incondicionalmente, nos llevó a presenciar el primer fin de diciembre una boda que nos hizo llorar a todos. Llorar por celebrar, valorar y compartir. Todos esos gestos de cariño fueron tan auténticos y se vivieron con tanta intensidad, que lograban detener el tiempo.

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Gracias Andy y Juan Diego, por empujarnos a mirar más al amor, cercano en familia, amigos y gestos, para vibrar. ¡Qué suerte la mía de haber formado parte de su día!